CARNES, FIAMBRES Y ALGO MÁS...
RETROSPECTIVA GABRIEL QUINTAL (2004-2009)
El Quintal Elemento
«Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta»
Eurípides
Cuando conocí a Gabriel, se presentó como zoofílico. Todavía no era importante para él, añadir el adjetivo de artista. Me causó mucha gracia porque lo asocié con mi abuelo, quien decía que en materia de arte él era sifilítico.
Lo que Gabriel Quintal hace puede discutirse totalmente. En definitiva, nada viene en apoyo de las explicaciones. La responsabilidad que le compromete con algo no es mayor que la responsabilidad de aquel que no se compromete con nada. Se mueve según sus intereses y esto no le convierte en cobarde pero tampoco en héroe. Sus intereses no justifican ni desacreditan nada. Sus razones no son mejores ni
peores que las razones de otros. La crueldad le horroriza pero no por ello piensa que es peor o mejor que la bondad. Lo que diga hoy, no vale mañana. Lo que hace hoy no tiene trascendencia, pero se discutirá mañana. Hay en el trabajo de Quintal un superficial esteticismo barróco, porque sospecha que en verdad todo es representación –que la realidad es toda representación- y que ésta es inestable, irregular y caduca.
En su método de trabajo hay desterritorialización, simultaneidad, comportamiento antilineal, comportamiento cíclico, comportamiento aleatorio, comportamiento rizomático, clonación, transgénesis, transgénero, paradoja, cita, plagio y alusión.
Todos estos términos nombran cualidades que según Lyotard y Danto caracterizan al arte post histórico o post arte.
No quisiera extenderme en la definición de lo post-histórico, ni me interesa saber si la postmodernidad existe o si el arte postmoderno es un estilo, un paradigma, o parte de lo contemporáneo. No creo que sea importante si el arte es una actividad inherente al ser humano y por lo tanto ontológica y universal o si ya llegamos al fin del arte y éste fue sólo una narración. Únicamente me gustaría proponer en esta
exposición (desafiantemente retrospectiva, aún antes de ser reconocido) un territorio de aproximación a la obra de Quintal, que dicho lo anterior lo sitúa en el mapa de las artes en Yucatán como el único artista post-histórico de la Península. Todos los demás son contemporáneos, modernistas o clásicos. La iconografía Quintaliana, más allá del bien y del mal e incluso lo formal, nos enfrenta a carnes, fiambres y algo más. Carnes como signo, fiambres como representación y algo más como el enunciado del misterio icónico.
La carne se pudre, el fiambre se conserva temporalmente, algo más se trasmuta en arte.
El título de la exposición proviene del lugar común de las tiendas de barrio que ofrecen un producto y algo más… refiriéndose a que deben –para sobrevivir- lavar ajeno. Es un recurso irónico muy obvio en una tiendita, pero se vuelve complejo cuando no podemos entrar y ver ese algo más. Estamos invitados a descubrirlo desde fuera, contemplando solamente el anuncio.
Entre las piezas de Quintal veremos carnes (de cerdo) en proceso de putrefacción, objetos tallados en carne, construcciones de carne, pieles (de cerdo) cosidas, unidas, piro-grabadas, enmarcadas, apiladas etc., y sangre, en proceso de coagulación y seca (cuando ha pintado con sangre o ha dejado que ésta se seque en alguna superficie).
Inicialmente Quintal cuenta con nuestra morbosidad habitual, con nuestro interés por la muerte, lo muerto, lo sangriento –la iconología- el símbolo sacro/sagrado/secreto/secretado de la carne y la sangre; y cómo, en el ritual, presenciando la muerte, el sacrificio, pasamos del terror tanático, a la erotización colectiva, la comunión. No es necesario hacer mención del género de cine gore para entender esto, basta ir a cualquier iglesia y ver las representaciones del cuerpo sangrante de Cristo.
Luego, mediante la publicación de confesiones que le hace a su amigo el filósofo, coleccionista y crítico Quintalini, nos enteramos de detalles de su vida como es el haber nacido en una familia de carniceros. Quintalini, jungeano de corazón, dice en una entrevista: “El vellocino de oro, no es más que el arquetipo del padre-logos, un día adorado y luego destruido y dejado al olvido. El complejo de Quintal consiste en engañar al padre (logos-academia-cerdo) para que éste lo siga amando aunque ya lo ha herido de muerte y dejado al olvido. Quintal rescata el retrato de su padre ya podrido y enmohecido y lo enmarca barrocamente, la academia lo legitima, acto seguido le solicita un préstamo. Esta situación le provoca vergüenza, culpa a su madre y por esto corta, perfora, cose, manipula, exhibe y deja podrirse, la rosada y femenina carne de cerdo”.
Ya tenemos dos elementos para aproximarnos a ese algo más. Retomando la cita a Quintalini referida a “engañar al padre (logos-academia-cerdo)” puedo esbozar un tercero: el engaño. Para mí este tercer elemento es quizás el más relevante. Me resulta muy interesante ya que nos aproxima al bluff-invertido de Andy Warhol, que a su vez deriva de ideas de Wilde: “Cualquiera puede hacer una cosa, el mérito está en hacer creer al mundo que uno lo ha hecho.” Cuando Warhol lleva las latas de sopa al museo, piensa que el arte no tiene nada especial, y esto democratiza el arte. Sin embargo, para la crítica resulta importante saber que Warhol y su madre vivieron como inmigrantes durante 3 años, alimentándose con sopas Campbell’s. Así mismo, Quintal manipula la carne sin un sentido específico (él mismo se declara disperso) porque el material lo tiene a la mano (es el negocio familiar) y sólo quiererepresentar algo, con una actitud muy superficial (voy a hacer un hombre de carne de cerdo, algún día hare un cerdo de carne de hombre) pero deviene complejo por la potencia simbólica que le atribuimos a la carne y la sangre. “La sangre es un fluido muy especial” dice Mefistófeles en el Fausto de Goethe. Para Quintal la obra de arte no es algo importante. La pieza misma decae y se pudre. Tampoco le es importante la praxis artística, no produce formas estables, sus piezas mutan constantemente, las va cambiando hasta que le aburren y las abandona. Una vez abandonada, la pieza pasa a ser arte, porque el arte tal como lo conocemos, tal como lo vemos en las galerías y museos, se le hace aburrido, infinitamente insignificante y latoso. Recuerda el crítico Quintalini “Muchas veces nos sorprendía algo que nos llamaba la atención por un segundo, pero luego desaparecía el encanto: nos dábamos cuenta de que aquello que nos fascinaba era sólo arte. “Ah, es arte” decía Quintal decepcionado”.
Quintal afirma: “No es importante que mi obra permanezca como objeto, puede ser efímera y descomponerse; de hecho no es importante el objeto, ni en los trabajos objetuales, ya que las piezas durables son descartes, piezas inconclusas dejadas al olvido, errores, intentos fallidos que finalmente me aburrieron. Siento cierto orgullo en poder decir: lo hice porque me dio la gana, en verdad no hay ningún mensaje en especial, no significa nada, iba a ser un retrato de mi padre pero preferí hacer un cubo; no veo la razón para que un cubo no pueda ser un retrato o el trabajo de un esquizoide.”
A mi parecer, estamos frente a una muestra en tres tiempos. La primera sala, el cubo blanco, mausoleo de lo que yace en el olvido, piezas muertas que han transmutado en arte, tal como lo conocemos, arte habitual. Estas piezas podrían ser los fiambres, ya que han sido piezas muertas conservadas mediante una actividad de interpretación rutinaria. Aunque muertas permanecen digeribles. En el segundo tiempo vemos acciones, videos y piezas efímeras, registradas o registrándose, piezas en vías de putrefacción y decadencia -en descomposición, piezas vivas o agonizantes, piezas en tiempo presente, de difícil digestión. Finalmente un tercer tiempo: el cuarto de pensiones. El que fuera habitación y bodega de Quintal durante sus años de estudiante. El lugar donde iba a parar todo el ímpetu creativo, toda la potencia y la dispersión. Un lugar heterotópico, saturado de íconos y objetos de toda índole acumulados. El conjunto y cada uno de los objetos representaban su entusiasmo y su dispersión creativa, eran infinitamente interesantes, dinámicos, sorprendentes y misteriosos, pero les aguardaba un futuro trágico: la decadencia y la muerte en el lugar común -lo indigerible. La bodega donde sólo el tiempo y el olvido tras la pérdida de esa vitalidad dispersa garantizan -tras una suerte de fermentación- una trasmutación. Los objetos que en un principio le resultaban interesantes a Quintal estaban condenados a morir. Expuestos a que, con el tiempo, el olvido y ciertas fermentaciones misteriosas se transfiguraran en algo tan insignificante y aburrido como un objeto artístico. Algo sucede en esa bodega, que deshidrata, momifica y mata definitivamente el significado dinámico de las cosas, dejándolas expuestas a devenir arte.
La representación del misterioso cuarto de pensiones resulta la pieza clave, si queremos tener una experiencia del proceso de dispersión de Gabriel Quintal. En el lugar del sacrificio, donde se deja morir todo lo que alguna vez fue secretamente artístico para Quintal, su idea privada de lo que es el arte, al volverse pública se muere, desaparece. Al exponer el cuarto con sus cosas en proceso de momificación,
algo sucede. Puede ser la representación, o sencillamente la humedad que despiden las bocas de la gente que mira y comenta, que rehidrata los objetos dándoles un fugaz aliento de vida. Es posible que ahí esté ese algo más; en esa sutil rehidratación, en una reanimación momentánea de la representación de la dispersión, antes de su muerte. Podríamos estar presenciando un proceso alquímico, como una fermentación transformadora, algo especial.
Pero no llega a ser así, esto no tiene sentido, al menos no el sentido de la dispersión que nos indica Quintal, como representación de su sistemática creativa. Un sistema en tiempo presente, relacionado con un “algo más”. Al ver el cuarto de pensiones, no estamos viendo ni reviviendo esa dispersión, tendríamos que acusarlo de engaño, pues todo lo que hay es acumulación de objetos (ya muertos) en posición
caótica. Al percatarnos del fraude nos damos cuenta que la basura acumulada es algo más, pero no un “algo más-allá”, sólo más-cosas que no necesitan ser nombradas por
no poseer ninguna cualidad especial. Efectivamente los objetos ni siquiera nos dan una pista aproximada acerca de una intención de engañarnos, por lo que nos sentimos doblemente engañados. Realmente no hay nada más, sólo carnes, fiambres y un montón de basura. Quintal de un golpe barre con toda posibilidad de resucitar la estética, la belleza, la trascendencia, el discurso, lo sublime y todo lo que suene a más allá, dejándonos sólo con una sospecha. Esta sensación de sospecha nos hace volver al cubo blanco y la seguridad del arte habitual, al pensamiento icónico estabilizado, a construir relaciones entre objetos muertos y cómo estos al morir pueden transmutarse en objetos de arte sencillamente trasladándose al cubo blanco… y mientras deambulamos entre fiambres, evocamos la carne, la sangre y pues bien, la sangre es un fluido muy especial…
Rafael Penroz
«Lo esperado no se cumple y para lo inesperado un dios abre la puerta»
Eurípides
Cuando conocí a Gabriel, se presentó como zoofílico. Todavía no era importante para él, añadir el adjetivo de artista. Me causó mucha gracia porque lo asocié con mi abuelo, quien decía que en materia de arte él era sifilítico.
Lo que Gabriel Quintal hace puede discutirse totalmente. En definitiva, nada viene en apoyo de las explicaciones. La responsabilidad que le compromete con algo no es mayor que la responsabilidad de aquel que no se compromete con nada. Se mueve según sus intereses y esto no le convierte en cobarde pero tampoco en héroe. Sus intereses no justifican ni desacreditan nada. Sus razones no son mejores ni
peores que las razones de otros. La crueldad le horroriza pero no por ello piensa que es peor o mejor que la bondad. Lo que diga hoy, no vale mañana. Lo que hace hoy no tiene trascendencia, pero se discutirá mañana. Hay en el trabajo de Quintal un superficial esteticismo barróco, porque sospecha que en verdad todo es representación –que la realidad es toda representación- y que ésta es inestable, irregular y caduca.
En su método de trabajo hay desterritorialización, simultaneidad, comportamiento antilineal, comportamiento cíclico, comportamiento aleatorio, comportamiento rizomático, clonación, transgénesis, transgénero, paradoja, cita, plagio y alusión.
Todos estos términos nombran cualidades que según Lyotard y Danto caracterizan al arte post histórico o post arte.
No quisiera extenderme en la definición de lo post-histórico, ni me interesa saber si la postmodernidad existe o si el arte postmoderno es un estilo, un paradigma, o parte de lo contemporáneo. No creo que sea importante si el arte es una actividad inherente al ser humano y por lo tanto ontológica y universal o si ya llegamos al fin del arte y éste fue sólo una narración. Únicamente me gustaría proponer en esta
exposición (desafiantemente retrospectiva, aún antes de ser reconocido) un territorio de aproximación a la obra de Quintal, que dicho lo anterior lo sitúa en el mapa de las artes en Yucatán como el único artista post-histórico de la Península. Todos los demás son contemporáneos, modernistas o clásicos. La iconografía Quintaliana, más allá del bien y del mal e incluso lo formal, nos enfrenta a carnes, fiambres y algo más. Carnes como signo, fiambres como representación y algo más como el enunciado del misterio icónico.
La carne se pudre, el fiambre se conserva temporalmente, algo más se trasmuta en arte.
El título de la exposición proviene del lugar común de las tiendas de barrio que ofrecen un producto y algo más… refiriéndose a que deben –para sobrevivir- lavar ajeno. Es un recurso irónico muy obvio en una tiendita, pero se vuelve complejo cuando no podemos entrar y ver ese algo más. Estamos invitados a descubrirlo desde fuera, contemplando solamente el anuncio.
Entre las piezas de Quintal veremos carnes (de cerdo) en proceso de putrefacción, objetos tallados en carne, construcciones de carne, pieles (de cerdo) cosidas, unidas, piro-grabadas, enmarcadas, apiladas etc., y sangre, en proceso de coagulación y seca (cuando ha pintado con sangre o ha dejado que ésta se seque en alguna superficie).
Inicialmente Quintal cuenta con nuestra morbosidad habitual, con nuestro interés por la muerte, lo muerto, lo sangriento –la iconología- el símbolo sacro/sagrado/secreto/secretado de la carne y la sangre; y cómo, en el ritual, presenciando la muerte, el sacrificio, pasamos del terror tanático, a la erotización colectiva, la comunión. No es necesario hacer mención del género de cine gore para entender esto, basta ir a cualquier iglesia y ver las representaciones del cuerpo sangrante de Cristo.
Luego, mediante la publicación de confesiones que le hace a su amigo el filósofo, coleccionista y crítico Quintalini, nos enteramos de detalles de su vida como es el haber nacido en una familia de carniceros. Quintalini, jungeano de corazón, dice en una entrevista: “El vellocino de oro, no es más que el arquetipo del padre-logos, un día adorado y luego destruido y dejado al olvido. El complejo de Quintal consiste en engañar al padre (logos-academia-cerdo) para que éste lo siga amando aunque ya lo ha herido de muerte y dejado al olvido. Quintal rescata el retrato de su padre ya podrido y enmohecido y lo enmarca barrocamente, la academia lo legitima, acto seguido le solicita un préstamo. Esta situación le provoca vergüenza, culpa a su madre y por esto corta, perfora, cose, manipula, exhibe y deja podrirse, la rosada y femenina carne de cerdo”.
Ya tenemos dos elementos para aproximarnos a ese algo más. Retomando la cita a Quintalini referida a “engañar al padre (logos-academia-cerdo)” puedo esbozar un tercero: el engaño. Para mí este tercer elemento es quizás el más relevante. Me resulta muy interesante ya que nos aproxima al bluff-invertido de Andy Warhol, que a su vez deriva de ideas de Wilde: “Cualquiera puede hacer una cosa, el mérito está en hacer creer al mundo que uno lo ha hecho.” Cuando Warhol lleva las latas de sopa al museo, piensa que el arte no tiene nada especial, y esto democratiza el arte. Sin embargo, para la crítica resulta importante saber que Warhol y su madre vivieron como inmigrantes durante 3 años, alimentándose con sopas Campbell’s. Así mismo, Quintal manipula la carne sin un sentido específico (él mismo se declara disperso) porque el material lo tiene a la mano (es el negocio familiar) y sólo quiererepresentar algo, con una actitud muy superficial (voy a hacer un hombre de carne de cerdo, algún día hare un cerdo de carne de hombre) pero deviene complejo por la potencia simbólica que le atribuimos a la carne y la sangre. “La sangre es un fluido muy especial” dice Mefistófeles en el Fausto de Goethe. Para Quintal la obra de arte no es algo importante. La pieza misma decae y se pudre. Tampoco le es importante la praxis artística, no produce formas estables, sus piezas mutan constantemente, las va cambiando hasta que le aburren y las abandona. Una vez abandonada, la pieza pasa a ser arte, porque el arte tal como lo conocemos, tal como lo vemos en las galerías y museos, se le hace aburrido, infinitamente insignificante y latoso. Recuerda el crítico Quintalini “Muchas veces nos sorprendía algo que nos llamaba la atención por un segundo, pero luego desaparecía el encanto: nos dábamos cuenta de que aquello que nos fascinaba era sólo arte. “Ah, es arte” decía Quintal decepcionado”.
Quintal afirma: “No es importante que mi obra permanezca como objeto, puede ser efímera y descomponerse; de hecho no es importante el objeto, ni en los trabajos objetuales, ya que las piezas durables son descartes, piezas inconclusas dejadas al olvido, errores, intentos fallidos que finalmente me aburrieron. Siento cierto orgullo en poder decir: lo hice porque me dio la gana, en verdad no hay ningún mensaje en especial, no significa nada, iba a ser un retrato de mi padre pero preferí hacer un cubo; no veo la razón para que un cubo no pueda ser un retrato o el trabajo de un esquizoide.”
A mi parecer, estamos frente a una muestra en tres tiempos. La primera sala, el cubo blanco, mausoleo de lo que yace en el olvido, piezas muertas que han transmutado en arte, tal como lo conocemos, arte habitual. Estas piezas podrían ser los fiambres, ya que han sido piezas muertas conservadas mediante una actividad de interpretación rutinaria. Aunque muertas permanecen digeribles. En el segundo tiempo vemos acciones, videos y piezas efímeras, registradas o registrándose, piezas en vías de putrefacción y decadencia -en descomposición, piezas vivas o agonizantes, piezas en tiempo presente, de difícil digestión. Finalmente un tercer tiempo: el cuarto de pensiones. El que fuera habitación y bodega de Quintal durante sus años de estudiante. El lugar donde iba a parar todo el ímpetu creativo, toda la potencia y la dispersión. Un lugar heterotópico, saturado de íconos y objetos de toda índole acumulados. El conjunto y cada uno de los objetos representaban su entusiasmo y su dispersión creativa, eran infinitamente interesantes, dinámicos, sorprendentes y misteriosos, pero les aguardaba un futuro trágico: la decadencia y la muerte en el lugar común -lo indigerible. La bodega donde sólo el tiempo y el olvido tras la pérdida de esa vitalidad dispersa garantizan -tras una suerte de fermentación- una trasmutación. Los objetos que en un principio le resultaban interesantes a Quintal estaban condenados a morir. Expuestos a que, con el tiempo, el olvido y ciertas fermentaciones misteriosas se transfiguraran en algo tan insignificante y aburrido como un objeto artístico. Algo sucede en esa bodega, que deshidrata, momifica y mata definitivamente el significado dinámico de las cosas, dejándolas expuestas a devenir arte.
La representación del misterioso cuarto de pensiones resulta la pieza clave, si queremos tener una experiencia del proceso de dispersión de Gabriel Quintal. En el lugar del sacrificio, donde se deja morir todo lo que alguna vez fue secretamente artístico para Quintal, su idea privada de lo que es el arte, al volverse pública se muere, desaparece. Al exponer el cuarto con sus cosas en proceso de momificación,
algo sucede. Puede ser la representación, o sencillamente la humedad que despiden las bocas de la gente que mira y comenta, que rehidrata los objetos dándoles un fugaz aliento de vida. Es posible que ahí esté ese algo más; en esa sutil rehidratación, en una reanimación momentánea de la representación de la dispersión, antes de su muerte. Podríamos estar presenciando un proceso alquímico, como una fermentación transformadora, algo especial.
Pero no llega a ser así, esto no tiene sentido, al menos no el sentido de la dispersión que nos indica Quintal, como representación de su sistemática creativa. Un sistema en tiempo presente, relacionado con un “algo más”. Al ver el cuarto de pensiones, no estamos viendo ni reviviendo esa dispersión, tendríamos que acusarlo de engaño, pues todo lo que hay es acumulación de objetos (ya muertos) en posición
caótica. Al percatarnos del fraude nos damos cuenta que la basura acumulada es algo más, pero no un “algo más-allá”, sólo más-cosas que no necesitan ser nombradas por
no poseer ninguna cualidad especial. Efectivamente los objetos ni siquiera nos dan una pista aproximada acerca de una intención de engañarnos, por lo que nos sentimos doblemente engañados. Realmente no hay nada más, sólo carnes, fiambres y un montón de basura. Quintal de un golpe barre con toda posibilidad de resucitar la estética, la belleza, la trascendencia, el discurso, lo sublime y todo lo que suene a más allá, dejándonos sólo con una sospecha. Esta sensación de sospecha nos hace volver al cubo blanco y la seguridad del arte habitual, al pensamiento icónico estabilizado, a construir relaciones entre objetos muertos y cómo estos al morir pueden transmutarse en objetos de arte sencillamente trasladándose al cubo blanco… y mientras deambulamos entre fiambres, evocamos la carne, la sangre y pues bien, la sangre es un fluido muy especial…
Rafael Penroz